lunes, 8 de abril de 2013

Epílogo I - A ZENOBIA



     Y como cierre de este librito, que has tenido la paciencia de leer, para ti, lector o lectora, aquí te dejo dos historias también  reales, aunque envueltas en el calor de mis sentimientos. Ojalá consiga que conectes con la emoción que puse al componer estos humildes versos.

A ZENOBIA
                                                                     
     Cuando Juan Ramón Jiménez recibió el telegrama de Estocolmo con la concesión del premio Nobel, Zenobia se moría. Más tarde contaría el poeta que al comunicarle la buena nueva a su esposa en el lecho de muerte, ella aún pudo enterarse de la noticia, porque mientras le hablaba percibió un fuerte apretón de su mano. Él ya no se recuperaría de tan gran pérdida, y murió dos años después.

    
ASÍ DEBIÓ DE PEDIR JUAN RAMÓN A SU QUERIDA ESPOSA QUE SE AFERRASE A LA VIDA:

Zenobia Camprubí Aymar:
¡Ay, mar! de tus ojos claros,
compañera, madre, esposa,
consuelo de mi vejez,
ilumíname de nuevo,
faro de la tierra mía,
dame tu brillo otra vez,
guíame tú, niña hermosa.
Si me dejaras, mi bien,
me perdería en los meandros
de la ría de la vida;
no me dejarían volver
tanta pena y tanto mal
de vuelta a casa, a Moguer.

Despiértate amada mía,
volvamos de nuevo a España,
quiero ver Andalucía,
brillo de luz encalada,
en paredes tapizadas
de nardos y siemprevivas,
pasear por mi Moguer,
llegar hasta la ribera,
mirar a la vieja Onuba,
rosa, lejana y dormida,
desde el final de mi calle,
donde vi la luz primera,
donde vivieron mis padres.

Los jazmines que crecían
en el patio de mi casa
ya perfumarán el aire,
habrán llegado a la alcoba,
nevarán la balaustrada,
reposarán en tu alféizar,
alcanzarán tu ventana;
deben desear ansiosos
coronarte de biznagas
y realzar tu belleza
de casta mujer casada.

Levántate bienamada,
pronto vendrá la mañana
tras la larga pesadilla
que se aloja en tus entrañas.
Vámonos pronto a Moguer,
nos esperan: Santa Clara,
el Pino de la Corona,
la iglesia de La Granada
y un loco correr de niños
de alma blanca y fiera estampa,
que asustarán a Platero
con griteríos en su cuadra.

Aprieta fuerte tú mi mano,
dime que sueñas conmigo
en recoger camarinas,
en plantar  hondo un laurel
en el edén de mi pueblo,
en recibir de Aguedilla
flores, moras, yo qué sé…

Ha llegado el premio Nobel,
de Estocolmo: para ti;
no puedes dejarme ahora,
tienes que llevarme siempre,
lazarilla, como a un niño;
guíame entre mis tinieblas,
mis manías y mis ritos
de crear tanta belleza
como de ti me ha venido.

¿Para qué quiero la gloria,
los cumplidos, la medalla,
si no estás tú para verlo,
si te ausentas de mi cama,
de mis versos y mis miedos,
si no acaricias mi frente,
mis mejillas y mi barba?
Si te marchas de mi vera
me secaré para siempre
y dejarán de manar
los poemas de mi fuente.

Cenobio de paz sencilla,
en tu belleza interior
haces germinar poetas
de otras lenguas, de otra tez,
y alumbras al habla hispana
en argentinas palabras,
transidas de la pasión
de explicarnos las estrellas,
las espinas y la flor.
Campo de rubíes tu mente,
brillantes como mil soles;
mas prefieres la penumbra
que proyecta mi aureola,
y me prestas tu emoción,
tu luz y tus resplandores;
quieres ser la musa mía,
llenarme de bendiciones
y derramar generosa
arcoíris de colores
sobre mi carga onerosa.

No tengas prisa mi amor;
cuando nos llegue la hora
descansaremos tranquilos,
juntos en un sueño eterno,
turbado solo por niños
que al lecho vendrán a vernos,
y nos colmarán de risas,
de asombro, recogimiento;
les hablarán de nosotros,
mantendrán vivo el recuerdo;
nuestras obras les dirán
que sigan por esa vía,
que sientan amor y lean
poesía cada día.



Ilustración de Vicente Toti.

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