lunes, 8 de abril de 2013

Capítulo XII - EL JOVEN DEL TRAJE DE HULE



Por Juan Manuel Bendala. Ilustración de Vicente Toti.



Los guardias de la puerta se le cuadraron; su porte distinguido provenía no tanto del bien cortado traje de alpaca como del empaque y la madurez que desprendía toda su persona. El brillo de su cabello plateado acentuaba la serenidad del señor Benítez, como le llamaban ahora. Llegó al Gobierno Civil de Huelva treinta años después de aquella noche en la que su padre le salvó la vida en el muelle de Levante.

Las palabras huecas del funcionario del Régimen  no eran más que un runrún de fondo para los recuerdos, que volvían ahora más nítidos que nunca. Habían pasado tres décadas, y sin embargo de nuevo se veía con su alegre reunión, allí al lado, en la Plaza de las Monjas. Aún sentía la humedad de la bahía en sus huesos y el miedo insuperable que le llevó a la apestosa sentina, en la panza de aquel mercante.


El Gobernador, rodeado de técnicos, preguntaba por el montante de la inversión, por los socios que integrarían el proyecto, por la tecnología que se emplearía, el número de puestos de trabajo que se iban a crear, la procedencia de las materias primas, los estudios de mercados ..., y todo el rato pedía garantías y más garantías. Benítez, con paciencia infinita iba contestando a todas las cuestiones que surgían.

Durante las semanas siguientes se sucedieron las reuniones, los contactos y la petición de nuevas documentaciones. Mientras tanto, nuestro hombre trataba de percibir de algún modo la Huelva de su niñez y su adolescencia, una Huelva, por desgracia para él, irrecuperable. Aunque los odios de su juventud se habían atemperado hacía mucho tiempo, las tapias de la cárcel aún tendrían cal de la que les dio su madre cuando se la llevaron presa; los sollados del muelle conservarían las manchas del pegamento que usó su padre para hacerle el traje de hule -el bendito resguardo que le permitió sobrevivir en aquella húmeda inmundicia-, las mismas pegajosas manchas que aún tendría en las manos cuando le detuvieron. Los represores no pudieron resistir que se les hubiera escapado el sindicalista de diecisiete años, y se vengaron en sus padres.

La Guerra, la derrota, el campo de concentración y la prisión en Francia, su aventura con la hija del alcaide -de algo debía servirle ser el más guapo de la reunión, como decían-, la huida a México, todo volvía estos días con mayor claridad. Tuvo que regresar a Huelva tantos años después, para volver a sentir en sus manos el áspero roce del hule y el penetrante olor de la lona engomada.

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