domingo, 7 de abril de 2013

Capítulo XVII - EL TAPICERO



Por Juan Manuel Bendala. Ilustración de Vicente Toti.




     El comandante era un hombre alto y apuesto; estaba en esa edad en la que, según dicen las mujeres con envidia, los hombres empezamos a tener un aspecto interesante, en tanto ellas se marchitan a ojos vista. El pelo cubierto de canas acentuaba un aire distinguido, que él pretendía remarcar con andares y ademanes de estudiada afectación. Tanta prestancia personal contrastaba con las bromas que hacía la marinería a sus espaldas: según comentaban las lenguas viperinas, su mujer lo había dejado por otro militar, y además de menor graduación. Así es que no era raro percibir a su paso ahogados mugidos y disimulados pases de muleta de manos pegadas a las caderas.
    
     El maduro galán, fiel a su costumbre, comenzó a revisar la lista de los nuevos marineros recién incorporados. Desde hacía tiempo se había acostumbrado a disponer de las tropas a su mando en beneficio propio; no había necesidad en su hogar que él no pudiera solucionar buscando al especialista adecuado. Otra hornada de hombres estaba allí, en sus manos, dispuesta a satisfacer sus deseos al instante. Junto a los nombres, como era habitual, figuraba la profesión de cada uno. Repasándola con indolencia, algo vio que le hizo evocar algunas anomalías domésticas de urgente satisfacción.

-Que venga fulano
-¡A la orden, mi comandante!
   
      En un par de minutos se presentó el marinero requerido, con un aire quizás demasiado marcial para lo que se suponía debía ser el comienzo de una agradable ‘relación profesional’ con su futuro ‘cliente’.

-A ver, muchacho, quiero que me prepare la cara interior del portón de entrada en casa, con un abullonado de esos que se llevan ahora. También habrá que tapizar el tresillo del salón y el sofá del cuarto de las niñas, y…

     El joven no le dejó terminar la larga lista de encargos.

-Pero, mi comandante, es que yo…

-¿Qué pasa, ya está poniendo pegas?

     El joven marinero titubeó y, sin mucha convicción apenas se atrevió a balbucear

-No, mi comandante, pero…

     Como si nada hubiese interrumpido su disertación, una leve sonrisa de satisfacción volvió a iluminar el rostro del jefe

-Bueno, pues sigamos. Cuando terminemos de preparar el piso, empezaremos con la casita de la playa, que está un poco abandonada. Vamos a renovarlo todo. Hacía mucho que no entraba un tapicero.
    
     El marinero, compungido y asustado, atemorizado por no poder atender las órdenes del jefe, en un arranque de derrotada sinceridad, que le había faltado cuando le tomaron la filiación, soltó como una bomba:

-Mi comandante, es que yo solo soy tapicero de cajas de muertos.

     El comandante a duras penas consiguió mantener la compostura, pero en la amoratada lividez de su rostro, podían apreciarse las espasmódicas subidas de su tensión arterial, al ritmo de sus desaforados gritos que se extendían por toda la base:

-¡¡¡Fueraaaaa, fueraaaa, fueraaaa de aquíííí!!!

     Casi en directo, ‘radio macuto’, comenzó a retransmitir el chasco, que quedaría inscrito para siempre por méritos propios en la memoria colectiva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchisimas gracias por tu comentario.