lunes, 8 de abril de 2013

Capitulo XLIII - SEXOLOGÍA



Por Juan Manuel Bendala. Ilustración de Vicente Toti.


     La educación sexual brillaba por su ausencia; nadie explicaba nada con el más mínimo rigor; todo quedaba sujeto al albur de lo que se iba captando aquí y allá; lo que generaba creencias más próximas al oscurantismo y la superstición que al conocimiento.

     Algún valiente se atrevió a romper el fuego, como don Antonio, el cura que dejó de serlo cuando amplió sus horizontes en la Universidad. Este esforzado del Instituto –el único que había entonces en toda la provincia-, a los niños de primero les desmontaba el mito de La Cigüeña y otras tradiciones populares -tan arraigadas, que algunas criaturas a esas alturas, con diez o doce años, aún rechazaban la evidencia; como Manolito, que decía que su tío y su tía no podían haber hecho aquello-.

    
     En ese contexto, sería explicable la clase de ‘sexología’ que Diego, un hombre ya maduro intentaba impartir al alegre grupo de mozalbetes en la Plaza de las Monjas. El hombre, de tendencias claramente homosexuales, siempre iba acompañado de jovencitos; se hablaba con precisión incluso de las tarifas que les pagaba.   
      
     Los muchachos se divertían a costa de los esfuerzos que Diego hacía por ‘ligar’ con ellos. Aquella mañana de holganza –seguramente habría faltado algún profesor- uno de los bancos de hierro de la plaza se había convertido en una improvisada aula de ‘desinformación’ sexual. El hombre –en un desesperado intento por arrimar el ascua a su sardina- ponía todo su empeño en demostrarle a los niños lo horrible que era el órgano sexual femenino: que si era feísimo, que si desprendía un olor así, que si echaba un líquido desagradable, que si… Los críos, entre bromas y veras, sonsacaban al hombre para que se explayara más; eran -como casi todos los niños de la época- unos desinformados sinvergonzones y algo guarrillos, aunque carecieran de una maldad tan extendida hoy.
    
     Llevaba un buen rato en esto, cuando Pepe –el más gracioso y sinvergonzón del grupito- le espetó:

-Mira, Diego, tú dirás lo que quieras, pero donde esté un chocho no se pone un culo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchisimas gracias por tu comentario.