lunes, 8 de abril de 2013

Capítulo XXVIII - LA PARED

Por Juan Manuel Bendala. Ilustración de Vicente Toti.

El palacete se alza en la falda de una suave colina, a orillas de un precioso lago de Baviera. El frondoso bosque que la acoge, salpicado de casas del mismo porte, aquí y allá, ha sobrevivido a dos guerras mundiales. La mansión familiar está edificada en cinco niveles, cubierta con tejados de pizarra, terminados en afilados pináculos, como los palacios de los cuentos de hadas. La guerra parece no haber pasado nunca por ese lugar.

Sin embargo, hubo un momento en el que la familia que allí habitaba tuvo que jugarse el tipo para conservar sus propiedades. Alemania estaba al borde de la derrota; los tanques rusos avanzaban desde el este y los americanos desde el oeste. En aquel lugar paradisíaco casi se percibía ya el rugido de los motores yanquis, cuando los dos hombres de la casa decidieron poner a buen recaudo sus pertenencias más valiosas.

     Trabajaban día y noche, con la angustia de que pudieran descubrir el escondite. Apilaron contra la pared del fondo de la carbonera los cuadros, las lámparas, los relojes, las joyas..., y lo emparedaron todo tras un muro de ladrillos. Lo enlucieron lo mejor que supieron y lo pintaron con la mezcla húmeda todavía. Después lo ensuciaron completamente y apilaron contra la precaria construcción todo el carbón que pudieron.

Como los americanos encontraron la casa tan desvalijada, la familia argumentó que la guerra los había obligado a vender lo que tenían. Los soldados, no satisfechos con las explicaciones, lo remiraban todo, golpeando con saña aquí y allá. Por último se dirigieron a la carbonera, donde obligaron a los hombres de la casa a apartar todo el carbón, pensando seguramente que tendrían las cosas escondidas en el montón. Paleaban lo más despacio que podían, como si estuvieran cavando su propia tumba, con el convencimiento de que tan pronto como se descubriera el 'pastel' su final estaría próximo.

Cuando comprobaron que allí no había nada, los soldados la emprendieron a culatazos con la pared, con la esperanza de encontrar algún escondite secreto en la misma. Mientras tanto, los dos ennegrecidos hombres no podían evitar cerrar los ojos cada vez que sentían un nuevo culatazo sobre la obra aún sin fraguar. Por fin, cansados y decepcionados, los americanos se marcharon.

Gracias a aquella argucia, hoy la casa conserva todo su esplendor; se celebran en ella conciertos de música clásica y hasta ha aparecido en un documental de la televisión alemana, sobre casas históricas.


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