lunes, 8 de abril de 2013

Capítulo XLII - RAYOS X



Por Juan Manuel Bendala. Ilustración de Vicente Toti.
Según parece, la principal característica en el modo de ser de los naturales de Lepe no es la de su sentido del humor, como siempre se ha creído, sino una especie de valor cívico o falta de pudor para contar al mundo las cosas que les ocurren. Ese podría ser el origen de tantos chistes. Situaciones cómicas y desairadas nos han pasado a todos, pero muchas de ellas se irán con nosotros a la tumba; mientras los leperos esas anécdotas las cuentan tal cuales, con naturalidad.

Así le ocurrió a una ciudadana de Lepe, que tal y como lo vivió contó lo que sigue:

El radiólogo le pidió a la señora que pasase a la sala de rayos x, donde había una tenue iluminación. La paciente accedió al lugar un poco despistada, como puede ser explicable en una persona que entra en un lugar desconocido, inquieta además por los posibles males que los rayos le podrían detectar. Como sabemos -los mayores-, las antiguas pantallas de rayos x tenían un escaloncito sobre el que el paciente se subía para pegar el pecho a la misma. Por eso al médico le pareció natural pedirle a la señora:

-Por favor, súbase.
    
     Mas quiso la fatalidad que en el preciso instante en que el radiólogo pronunciaba esa frase se le cayera el bolígrafo del bolsillo de la bata, por lo que instintivamente, en ese mismo segundo, se agachó a recogerlo. La señora ni corta ni perezosa en un santiamén se montó sobre la espalda del médico, a caballito o burrito, como dicen por ahí, o en camichocho, como decíamos en Huelva

-¡¡¡Pero, señora, ¿qué hace usted?!!!

-Pues, ¿no me ha dicho que me suba?, respondió divertida la paciente
    
     Lo grande del caso es que al salir lo contó todo en la sala de espera, entre el regocijo general. Y tal como lo contó, lo cuento.

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