lunes, 8 de abril de 2013

Capítulo XXXIX - MUNDO



Por Juan Manuel Bendala. Ilustración de Vicente Toti.
Seguramente Elvira era la señora más pulida y educada de todo el pueblo. Sus exquisitas y finas maneras quedaban especialmente de relieve en los largos velatorios a los difuntos de la vecindad. Sin falta, pasaba las largas jornadas nocturnas junto al féretro con el cuerpo insepulto. Allí, incansable, desgranaba avemarías y letanías, acompañada del habitual coro de mujeres piadosas.
Los hombres, agrupados a cierta distancia, sobrellevaban la vigilia a base de traguitos de aguardiente; los más golosos picoteaban en la bandeja de pastelitos que no solía faltar. Uno de ellos, su propio marido, por más señas llamado Mundo, más que al aguardiente se daba a los dulces que los demás parecían despreciar. Elvira, en privado, le reconvenía una y otra vez su glotonería, aunque en público actuase con gran tacto hacia él.

Las fúnebres veladas transcurrían con cierta monotonía: los habituales rosarios; las explosiones de llanto ante la aparición de familiares venidos de fuera; los traguitos de aguardiente; los comentarios sobre lo bueno que el muerto había sido en vida; las risas contenidas a duras penas en las 'horas valle' del dolor, a causa de alguna ocurrencia extemporánea…Todo se desarrollaba de modo muy parecido en unos y otros duelos.

Mundo, a la menor ocasión atacaba con denuedo la bandejita de pasteles. Elvira, tan fina como siempre, desde su posición de 'plañidera mayor' le dirigía mensajes ‘subliminales’, que él se empeñaba en ignorar. De tiempo en tiempo bajaba su rostro de 'dolorosa' hacia el difunto, suspiraba profundamente de cara a la concurrencia y, de soslayo, advertía a su esposo, con pretendidas exclamaciones de dolor que él debería captar:

-¡Mundo, mundo, que te los vas llevando uno a uno, y de los mejores!

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