miércoles, 6 de febrero de 2013

Capítulo XVII - LA CISTERNA



Por Juan Manuel Bendala   

     En aquella casa se disfrutaba de una situación confortable, dado el buen empleo del cabeza de familia, aunque su modestia en el vestir y la sobriedad de su modo de vida transmitían al exterior una imagen de parquedad acorde con aquellos tiempos difíciles. Su procedencia castellana podría explicar un estilo austero y reservado, que contrastaba con el más comunicativo y dicharachero de la vecindad. Por eso, cuando la hija mayor se enamoró de un hombre casado fue como si sobre aquel hogar hubiese caído la mayor de las maldiciones. Fue un golpe demasiado duro el que tuvieron que asumir aquellas personas tan comedidas y pudorosas, en una Huelva pacata, provinciana y lenguaraz, donde la deshonra de la joven fue in crescendo cuando volvió al hogar paterno, embarazada y abandonada por su pareja.
     Vista esta situación  con ojos de hoy podrían parecer tales tribulaciones un folletín sin base ninguna para tanto dramatismo. Pero si volvemos setenta años atrás en el tiempo, nos podemos imaginar la sorda tragedia que tuvo que asumir la familia con la resignación y discreción que exigían tales acontecimientos entonces.
     A pesar de la desgracia, la familia se rehízo como pudo y la vida continuó, dentro de su tradicional discreción y austeridad. Más hete aquí que si no quieres arroz…

     Uno de los pocos signos externos de bienestar económico lo constituía la existencia en la casa de una chica de servicio, que pasaba casi desapercibida, como un miembro más de la familia, en una época en la que los grupos familiares eran pequeñas tribus integradas por los padres, los tíos y tías solteros, los abuelos y cualquier otro agregado desamparado.
     Un mal día, el único retrete existente en la casa, situado en un cuartito del patio, se averió: la cisterna dejó de funcionar. El trasiego de cubos con agua desde la pila al retrete obligó a la familia a llamar al lampistero, quien comenzó sus indagaciones profesionales en aquella cisterna tan alta.
     Encaramado en una pequeña escalera de mano, el hombre vio y tocó un bulto que impedía el funcionamiento del ingenio. Retiró la mano con horror, al tiempo que una fortísima exclamación salió de su garganta y se extendió como un disparo por la quietud de la casa:
-¡¡¡Dios mío, ¿pero esto qué es?!!!
     Reuniendo toda la entereza que pudo apartó con cuidado los trapos que formaban un hatillo, y cuando asomó entre las telas la manita de un bebé se dejó caer de la escalera, blanco como la pared y mudo de terror.
     La noticia de la presencia en la casa de agentes de la Policía, llamada Secreta –que no lo era para nadie, dado su inconfundible aspecto- enseguida se corrió como la pólvora entre la vecindad. El nuevo hachazo a la tranquila modestia de la familia terminó de hundir la incipiente recuperación de su armonía familiar. Las especulaciones de todo tipo se desataron, y solo cuando la gente vio salir esposada a la criada comenzaron a filtrarse datos sobre la forma en que la mujer había ocultado su embarazo y había dado a luz en la desamparada soledad de aquel cuartillo.