En la casi absoluta
oscuridad de la habitación el hombre se estaba despertando pesadamente de la
siesta. Aún no era consciente de si tenía los ojos bien abiertos o no, pero lo
que vio en la pared junto a la ventana le dejó paralizado de terror. Aquello
parecía una proyección en blanco y negro, dentro de un círculo de bordes
difusos de un par de palmos de diámetro; y el terror que sembró en él le erizó
todos los vellos de su cuerpo. La cara de un ser maléfico mostraba una sonrisa
maligna, complacida por la indefensión del visionario. La ‘proyección’ la
percibió, además de terrorífica, muy extraña, porque carecía de sonido, como si
se tratase de una escena del cine mudo. El hombre vio en aquella cabeza
demoníaca toda la maldad del mundo, concentrada en una especie de ayudante del
mal. Los encrespados pelos de aquel demonio subalterno y su barba rala
acentuaban la capacidad de generar miedo en el indefenso receptor. Aquella
cabeza no hablaba, solo sonreía, y sin embargo podía comunicarse con él de
manera telepática.
La visión no duró más allá de unos
segundos, pero fue suficiente para que el cuerpo del hombre quedase
completamente empapado de un sudor frío. Cuando pudo reaccionar se levantó
conmocionado. Aquello acababa de desequilibrar su tradicional racionalidad y su
absoluto descreimiento de todo lo que no fuese tangible. Dudó sobre si debía de
contar a alguien lo que había visto, pero su esposa le notó el estado de
excitación en el que estaba, y acabó confesándoselo todo.
A la mujer no se le ocurrió otra cosa que
trazar cruces con sal en todas las ventanas de la casa, para alejar a los
espíritus del mal, mientras se lamentaba de que alguien les quisiese hacer
daño.
El hombre, ya más sosegado, intentó
analizar lo sucedido; él jamás había probado drogas ni nada por el estilo, y se
consideraba a sí mismo totalmente cuerdo y en plenitud de sus facultades
mentales, por lo que llegó al convencimiento de que todo había sido una mala
pasada de su cerebro, o fruto de la intoxicación producida por algo de lo que
había comido en el almuerzo anterior, y que pudo resultar alucinógeno. Se
preguntó entonces cuántas visiones místicas no habrían tenido el mismo origen.
Sin embargo, durante bastante tiempo, cada vez que evocaba la visión, no pudo
evitar que se le erizase el vello de nuevo.