lunes, 8 de abril de 2013

Capítulo XXXV - MÁS PA’LLÁ QUE PA’CÁ



Por Juan Manuel Bendala. Ilustración de Vicente Toti.


    
     A causa de una neumonía el médico le recetó un potente antibiótico inyectable. Cuando el enfermo vio el tamaño de la larguísima aguja intramuscular sintió verdadero pánico: nunca había sido demasiado valiente para los temas médicos. Después del primer pinchazo notó una creciente desazón, que atribuyó al hecho de que el ‘número’ se repetiría cada doce horas. Se levantó de la cama y comenzó a pasear por la casa como un león enjaulado. Se sentó en una butaca, se levantó al instante, se sentó en otra… Y comentó su inquietud con la familia, que le confirmó:

-Lo que te pasa es debido al miedo que le tienes a las inyecciones
    
    
Sin embargo aquello parecía ya demasiado por un poco de miedo a las agujas. De  pronto notó una fuerte presión en el cuello; no tenía sensación de asfixia, era como si la garganta le fuera engordando por dentro y estuviera a punto de reventarle. Afortunadamente, antes de que eso ocurriera, de improviso, sintió una paz inmensa, desaparecieron todos sus males, y se encontró frente al más bello atardecer. Un cielo dorado lo inundaba todo, y a contraluz venían hacia él sus queridos difuntos. No podía distinguir sus facciones ni sus cuerpos, y sin embargo sabía que eran ellos: su padre, sus abuelos, sus tíos… que lo consolaban y lo tranquilizaban como si le hubiesen salido al encuentro. Por un instante se sintió reconfortado: era todo tan agradable y acogedor que le apeteció marcharse con ellos.
    
     Y en eso estaba, en lo más dulce de su abandono, cuando sintió los zamarreones de su mujer y de su hija, que trataban de devolverlo a la vida. Querían que se levantara para llevarlo al hospital. Él lo intentaba, pero se caía una y otra vez al suelo, como si estuviera totalmente borracho; no notaba ni el dolor de los golpes.
    
     Según le dijeron más tarde, incluso emitió los profundos ronquidos de la muerte, durante lo que supo después fue un shock anafiláctico. Estaba claro que el dorado atardecer había sido una invención de su cerebro, pero lo sintió todo como tan real…

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