Por Juan Manuel
Bendala. Ilustración de Vicente Toti.
En aquel astillero tradicional se seguían
haciendo los barcos de pesca como siempre. El maestro había adquirido el oficio
a lo largo de toda una vida de trabajo y afición, y por ello exigía a sus
oficiales y aprendices que empleasen solo las técnicas y costumbres
contrastadas por una experiencia de años, de siglos. El hombre, fuerte como un
roble, rocoso, casi más ancho que alto, tenía las manos como mazas y los brazos
como piernas. Pero dentro de ese físico se escondía un corazón tierno y
sensible, y un exacerbado sentido de la responsabilidad y del deber de proteger
a sus hombres, a costa de lo que fuera.
-¡¡¡Fuera,
fuera de aquí!!!
Los chicos estaban atrapados; el enorme
peso que soportaban los iba aplastando poco a poco, hasta que el maestro
carpintero de ribera se colocó como una columna humana bajo la pesada mole, y
la aupó y la contuvo con su fuerza hercúlea el tiempo suficiente para que los
muchachos pudieran escapar de la trampa mortal. Aún resistió un poco más, pero
al final se impuso la ley de la gravedad. El maestro pereció allí reventado. Su
sentido del deber no le habría permitido hacer otra cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Muchisimas gracias por tu comentario.