Por
Juan Manuel Bendala
Donde en otros países ponen, por ejemplo,
un simple “No fumar”, en el nuestro tradicionalmente hemos puesto: “Prohibido
fumar”, o mejor aún: “Queda terminantemente prohibido fumar”; porque somos bastante
reacios a aceptar las prohibiciones de buen grado. Por eso la taxativa norma existente
en la Compañía respecto a la prohibición de aceptar propinas por los operadores
cargadores de camiones-cisternas era vulnerada de forma sistemática. Los cinco o
diez durillos que soltaban los conductores por cada carga eran financiados por
las empresas transportistas, que perseguían con la dádiva el ‘engrase’ de las
operaciones y la eliminación de demoras. Así es que el sistema funcionaba como
un reloj; siempre ‘bajo cuerda’, naturalmente.
Aunque tal práctica era como el secreto de Calañas, que según decían se oía de cerro
a cerro. Los conductores cargaban con rapidez, y los operadores obtenían un
dinerillo extra muy goloso, que recontaban y se repartían al final de cada
jornada sentados en los bancos del vestuario, donde hacían los correspondientes
montoncitos de monedas ante las miradas ansiosas de los demás.
Pero
las corruptelas, chicas o grandes, funcionan como lo hace el amamantado de los
cerditos: mientras todos los lechones tienen una teta de la que chupar se
muestran tranquilos, relajados y
silenciosos; pero si por alguna circunstancia cualquiera de ellos pierde el
pezón al que estaba enganchado, empieza a berrear como un poseso y en un
instante se arma la marimorena.
Mas como todo al final sale a la luz, los cargadores
desposeídos se enteraron del latrocinio y estalló un escándalo de tal magnitud
que llegó a oídos de la Compañía, dado el cariz que tomaron las cosas. Para
cortar la cuestión por lo sano, les hicieron firmar a todos y cada uno de los
cargadores un documento, en el que se comprometían solemnemente a no aceptar
propinas, bajo sanción de despido fulminante en caso de incumplimiento.
Las primeras semanas, los operadores, por
miedo, se resistieron a los repetidos ofrecimientos de los conductores. Pero,
como recitaba ceremoniosamente un profesor que tuve en el bachillerato: “El
espíritu está presto, pero la carne es flaca”. Así es que la aceptación de
propinas se fue restableciendo poco a poco; con la alegre novedad de que
algunos conductores ya daban veinte duritos. Según decían, todas las empresas
habían aumentado la cuantía de la propina, aunque algunos conductores sisaban la
mitad para ellos.
Todos los hombres volvieron a la rutina
habitual; todos excepto uno, que se mantuvo incólume, al tiempo que aseguraba
que su firma y su palabra valían mucho, y que él no iba a traicionarlas. Los
demás cargadores para darle achares, al final de la jornada llegaban al
vestuario haciendo sonar las monedas en sus bolsillos con ostentación, y
procedían a la ceremonia de los montoncitos y el reparto. Comentaban en voz
alta la recaudación del día e incluso la exageraban algo. El cargador ‘íntegro’
percibía la escena haciéndose el desentendido, mientras repetía las
afirmaciones sobre el valor de su palabra. Y así se mantuvo la situación
durante un tiempo. Hasta que nuestro hombre no pudo más, y un buen día estalló.
De buenas a primeras les espetó a los demás:
-Mirad, lo he
pensado mejor, y ¿sabéis lo que os digo?, que pa’ un moro tós cristianos.
Aquella contradicción suya a destiempo no
le salvó de las burlas inclementes de sus compañeros, y cada vez que estaba a
punto de finalizar una carga, en el momento en el que el conductor solía
alargarle la moneda, los demás lo esperaban con expectación y a coro le
gritaban desde lejos:
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