Por
Juan Manuel Bendala
Pese
a haber nacido con algún síndrome raro que le produjo un cierto retraso mental,
aquel niño se había integrado como uno más en la escuela unitaria del pequeño
pueblecito en el que vino al mundo. Cierto es que nunca aprendió demasiado bien
a leer ni a escribir; pero la escuela de la vida fue completando su formación;
tanto fue así que algunas de sus ocurrencias quedaron para siempre grabadas en
la memoria colectiva.
El
niño suplía sus carencias con una especial astucia, común a bastantes personas
a las que hoy se les incluye en un grupo humano conocido por el anglicismo de ‘border
line’ (línea fronteriza). Verdaderamente, Juanito se debatía siempre entre la
frontera de los listos y de los tontos, aunque muchas veces nadie pudiera decir
con propiedad quién estaba de qué lado.
Aquella
mañana había acudido Juanito a la tiendecita de comestibles con el encargo
familiar de comprar un poco de café. Desconfiado como era, llevaba en la palma
de la mano apretada al máximo la moneda de un duro que le habían dado en casa
para hacer el ‘mandao’. Cuando el niño pidió la mitad del cuarto de café, el
tendero no tuvo más remedio que decirle que no podía venderle esa cantidad. Ya
habían discutido otras veces a cuenta de la imposibilidad de despacharle menos
de un cuarto de kilo. A pesar de ello el niño seguía insistiendo; pero el
tendero aquel día no estaba dispuesto a transigir de nuevo, debido a los
estrechos márgenes que le dejaba aquel caro café de contrabando, que lo tenía
que vender ya a ocho duros el kilo.
-Lo siento, Juanito,
pero lo menos que se despacha de café es un cuarto de kilo.
-¿Pero, por qué no me
puede despachar la mitad del cuarto?, preguntaba el niño una
y otra vez de forma cansina. A lo que el hombre solo le argumentaba que no se
podía; como si pensara que entrar en discusiones con el tierno infante sobre
los problemas económicos de las ventas al por menor no fueran a caber en aquella
cabecita infantil, con fama de retrasada.
Después
de un largo tira y afloja, por fin, Juanito aceptó que el paciente tendero le
vendiera un cuarto de kilo de café. Pero inmediatamente después de pesado el
montoncito de olorosos granos, el niño le requirió al hombre que se lo
repartiese en dos paquetitos iguales; lo que el tendero hizo al instante, no
sin antes lanzar un hondo suspiro de resignación.
Tan
pronto como el hombre hubo confeccionado los dos paquetitos idénticos con aquel
papel de estraza que plegaba con tanta destreza, Juanito agarró uno de ellos,
mientras echaba el duro sobre el mostrador y salía de la tienda gritando:
-¡¡¡Y no se podía ni
ná, y no se podía…!!!
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