martes, 9 de abril de 2013

Capítulo XIX - EL CAFÉ



Por Juan Manuel Bendala

Pese a haber nacido con algún síndrome raro que le produjo un cierto retraso mental, aquel niño se había integrado como uno más en la escuela unitaria del pequeño pueblecito en el que vino al mundo. Cierto es que nunca aprendió demasiado bien a leer ni a escribir; pero la escuela de la vida fue completando su formación; tanto fue así que algunas de sus ocurrencias quedaron para siempre grabadas en la memoria colectiva.

El niño suplía sus carencias con una especial astucia, común a bastantes personas a las que hoy se les incluye en un grupo humano conocido por el anglicismo de ‘border line’ (línea fronteriza). Verdaderamente, Juanito se debatía siempre entre la frontera de los listos y de los tontos, aunque muchas veces nadie pudiera decir con propiedad quién estaba de qué lado.
 
 
Aquella mañana había acudido Juanito a la tiendecita de comestibles con el encargo familiar de comprar un poco de café. Desconfiado como era, llevaba en la palma de la mano apretada al máximo la moneda de un duro que le habían dado en casa para hacer el ‘mandao’. Cuando el niño pidió la mitad del cuarto de café, el tendero no tuvo más remedio que decirle que no podía venderle esa cantidad. Ya habían discutido otras veces a cuenta de la imposibilidad de despacharle menos de un cuarto de kilo. A pesar de ello el niño seguía insistiendo; pero el tendero aquel día no estaba dispuesto a transigir de nuevo, debido a los estrechos márgenes que le dejaba aquel caro café de contrabando, que lo tenía que vender ya a ocho duros el kilo.

-Lo siento, Juanito, pero lo menos que se despacha de café es un cuarto de kilo.

-¿Pero, por qué no me puede despachar la mitad del cuarto?, preguntaba el niño una y otra vez de forma cansina. A lo que el hombre solo le argumentaba que no se podía; como si pensara que entrar en discusiones con el tierno infante sobre los problemas económicos de las ventas al por menor no fueran a caber en aquella cabecita infantil, con fama de retrasada.

Después de un largo tira y afloja, por fin, Juanito aceptó que el paciente tendero le vendiera un cuarto de kilo de café. Pero inmediatamente después de pesado el montoncito de olorosos granos, el niño le requirió al hombre que se lo repartiese en dos paquetitos iguales; lo que el tendero hizo al instante, no sin antes lanzar un hondo suspiro de resignación.

Tan pronto como el hombre hubo confeccionado los dos paquetitos idénticos con aquel papel de estraza que plegaba con tanta destreza, Juanito agarró uno de ellos, mientras echaba el duro sobre el mostrador y salía de la tienda gritando:

-¡¡¡Y no se podía ni ná, y no se podía…!!!

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