Por Juan
Manuel Bendala. Ilustración de Vicente Toti.
Miguel era un muchacho alto, bien parecido y de constitución atlética.
Su abundante cabellera de pelo negro azabache lucía un movimiento natural de
ondas y rizos que le daban un aire aflamencado. Solía vestir chaquetas de sport
y se adornaba con pañuelos de seda
anudados al cuello, que afloraban por el abierto cuello de sus camisas. En sus
grandes y angulosas manos lucía gruesas sortijas de oro en forma de sellos, con
sus iniciales grabadas y otros anillos con piedras engastadas.
A pesar de su apariencia, Miguel nada tenía que ver con el mundo de la
farándula, aunque afición no le faltara: un tablao flamenco o un cabaret eran
su debilidad. A ratos, cada vez más distanciados, era pintor de brocha gorda,
como Paco, su amigo del alma, que más bien parecía su hermano gemelo, por la
similitud de su aspecto y de su forma de vida. Era frecuente verlos en compañía
de mujeres que ellos llamaban de la buena vida. Juntos trabajaban -cuando lo
hacían- y juntos salían ‘de picos pardos’, con más frecuencia de la que
aconsejaban su economía y sus delicados
estados de salud. Tantos excesos les iba pasando factura: unas ‘tosecillas’ la
mar de sospechosas hacían fruncir el ceño a su alrededor.
Esa hermandad les llevó a llamarse compadres, el grado máximo en el
trato entre amigos en aquella época. La tradición mandaba que se hablasen de
usted a partir desde ese momento, y así lo hicieron. Tal dicotomía entre el
ceremonioso tratamiento y el cómplice entendimiento entre ellos, dibujaba unas
conversaciones con un sabor muy especial.
Miguel, a pesar de las notas de color de sus pañuelos, palidecía y
enflaquecía a ojos vista, aunque nunca perdió el sentido del humor. Los dos
amigos hacían bromas a costa del mal aspecto común.
Un día, en que en la cara de Miguel ya comenzaba a dibujarse la cita
con la Parca, Paco le lanzaba puyas, que su amigo repelía con gracia y donaire:
-Compadre, me parece que tiene usted un pie aquí y
otro en cementerio.
A lo que respondió Miguel:
-Si, hombre, y los huevos en Las Tres Ventanas.
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