Por
Juan Manuel Bendala
En el Ministerio, las excéntricas
actuaciones de aquel marino causaban grandes inquietudes; tanto fue así que evitaron
por todos los medios su previsible último ascenso. Se preguntaban qué no haría
aquel hombre con los entorchados de contralmirante** si ya desde su posición de
capitán de navío***, además de sembrar el terror entre jefes, oficiales,
suboficiales y marinería, poseía tal exacerbado sentido del deber que de vez en
cuando les enviaba informes negativos incluso sobre sí mismo y sobre las
responsabilidades achacables a sus gestiones o a su mando. Seguramente esa fue
la razón por la que acabó su carrera militar en la Comandancia de Marina de una
capital de provincia, a pesar de que por su hoja de servicios habría podido
augurársele el ascenso hasta las más altas cotas castrenses.
El sorteo de la ‘Mili’ me llevó a la
Marina a pesar de ser hijo de viuda, porque -según argumentaban en la denegación
a mi solicitud de exención-, mi hermana mayor ingresaba el salario mínimo en la
unidad familiar –que por aquel entonces ascendía a la friolera de unas 60
pesetas al día (36 céntimos de euro)-.
Yo ya tenía referencias acerca de este señor,
aunque bien podrían tratarse de habladurías de la gente. Sin embargo, la
realidad siempre supera a la ficción, como empecé a comprobar en mi primer
contacto con la Institución, cuando a los quintos que acudimos a la
convocatoria nos sorprendió el recibimiento que nos tenía preparado el
Comandante, aquella fría mañana del primero de enero, en el invierno más gélido
de los últimos treinta años. El patio engalanado con banderas y gallardetes y
las marchas militares que sonaban por los altavoces nos encogieron el ánimo.
Parecía que nos íbamos a la guerra.
Y cuando apareció el Jefe, embutido en su
imponente abrigo militar azul marino, y nos dirigió una arenga sobre la
obligación que teníamos de entregarnos a la Patria y luchar por ella hasta la última
gota de nuestra sangre si fuera preciso, algunos de los escasos padres y madres
que se habían atrevido a entrar comenzaron a llorar desconsoladamente,
preguntándose adónde se llevaban a sus hijos.
Para quienes habían mantenido durante su
vida militar, como en el caso que nos ocupa, una trayectoria significativa, con
mando sobre determinadas unidades de especial significación, tales como el
Cuartel de Instrucción de Marinería, la Escuela de Suboficiales o el Buque
Escuela Juan Sebastián Elcano, la consecuencia habitual habría sido la obtención
de los galones de Contralmirante. Sin embargo, si volvemos la vista un poco
atrás quizás nos expliquemos el porqué de la alta decisión ministerial que
provocaría la decepción final del distinguido militar.
El Cuartel de Marinería poseía un inmenso
patio porticado, lugar de instrucción de inscriptos –como allí llamaban a los
reclutas- y de otros actos como la jura de la bandera o celebraciones
religiosas. Sobre el pavimento de hormigón del mismo no era raro que
aparecieran de vez en cuando aquí y allá algunas colillas; lo que solucionó el
Comandante nada más tomar posesión de su cargo. Aunque las distintas brigadas****
desfilaban y deambulaban por todo el perímetro, mandó pintar sobre el suelo
unas rayas amarillas que lo dividieron en polígonos de similares extensiones, rotulados
con los números de cada una de ellas. Si aparecía una sola colilla sobre cualquiera
de aquellos recuadros, toda la brigada quedaba automáticamente arrestada. Como
era de esperar nunca más volvió a suceder esto: cada uno de los marineros se
convirtió en un celoso guardián de su propia parcela.
Ya en la Escuela de Suboficiales, próxima
al Cuartel de Instrucción, mandó instalar el Comandante un complicado galimatías
de rayas amarillas, letreros y señales por todo el recinto, que le producían a
uno un temor irracional sobre la clara posibilidad de infringir la ley en
cualquier momento. Durante algunas noches especialmente frías del invierno
ordenaba la formación de comandos con uniformes y pinturas de camuflaje, que ‘desembarcaban’
en las heladoras aguas de la piscina; para ‘atacar’ acto seguido las
instalaciones del vecino Cuartel de Instrucción, donde hacían prisioneros a los
centinelas que pillaban in fraganti. Como era habitual en el Jefe,
inmediatamente cursaba un informe del suceso al Ministerio, señalando los
pormenores de la operación.
Con antecedentes de tal calibre no se verá
extraño lo que ocurrió aquel día cuando el gallardo marino, casi al final de su
carrera, salía por la puerta principal de la Comandancia de Marina, custodiada
por un aburrido marinerito armado exclusivamente con el machete de reglamento
que le colgaba del cinto. El centinela, como era su obligación se cuadró y
saludó todo lo marcialmente que pudo. El Comandante ya casi había bajado la
escalinata de mármol, cuando se volvió de repente y le preguntó al joven:
-Oiga, marinero, ¿Yo le
he saludado a usted?
Como
en el romance del Conde Arnaldos, “…respondióle
el marinero, bien oiréis lo que dirá:”; y entre sorprendido y azorado dijo:
-No, mi comandante, pero eso no tiene
importancia, porque Usía es el Comandante.
-¿Cómo que no?,
tronó la voz del marino. -¡Arrésteme
usted, muchacho!
El
marinero, un poco azorado dudó sobre si aquello
se trataría de una especie de broma del
Comandante, por lo que esbozó una amplia sonrisa que pretendía ser de
complicidad; y agachando algo la cabeza mientras balanceaba su cuerpo levemente
a uno y otro lado, con cierta condescendencia en la voz dijo:
-Bueeeeeno, pues échese
Usía quince diíllas.
*Comandante:
denominación genérica del mando en cualquier unidad de Marina,
independientemente de su graduación.
**Contralmirante:
equivalente a general de brigada.
***
Capitán de navío: equivalente a coronel.
****Brigadas:
equivalentes a compañías.
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