sábado, 8 de diciembre de 2012

Capitulo XI - EL COMANDANTE*

Por Juan Manuel Bendala
    
     En el Ministerio, las excéntricas actuaciones de aquel marino causaban grandes inquietudes; tanto fue así que evitaron por todos los medios su previsible último ascenso. Se preguntaban qué no haría aquel hombre con los entorchados de contralmirante** si ya desde su posición de capitán de navío***, además de sembrar el terror entre jefes, oficiales, suboficiales y marinería, poseía tal exacerbado sentido del deber que de vez en cuando les enviaba informes negativos incluso sobre sí mismo y sobre las responsabilidades achacables a sus gestiones o a su mando. Seguramente esa fue la razón por la que acabó su carrera militar en la Comandancia de Marina de una capital de provincia, a pesar de que por su hoja de servicios habría podido augurársele el ascenso hasta las más altas cotas castrenses.

    
     El sorteo de la ‘Mili’ me llevó a la Marina a pesar de ser hijo de viuda, porque           -según argumentaban en la denegación a mi solicitud de exención-, mi hermana mayor ingresaba el salario mínimo en la unidad familiar –que por aquel entonces ascendía a la friolera de unas 60 pesetas al día (36 céntimos de euro)-.
     Yo ya tenía referencias acerca de este señor, aunque bien podrían tratarse de habladurías de la gente. Sin embargo, la realidad siempre supera a la ficción, como empecé a comprobar en mi primer contacto con la Institución, cuando a los quintos que acudimos a la convocatoria nos sorprendió el recibimiento que nos tenía preparado el Comandante, aquella fría mañana del primero de enero, en el invierno más gélido de los últimos treinta años. El patio engalanado con banderas y gallardetes y las marchas militares que sonaban por los altavoces nos encogieron el ánimo. Parecía que nos íbamos a la guerra.
    
     Y cuando apareció el Jefe, embutido en su imponente abrigo militar azul marino, y nos dirigió una arenga sobre la obligación que teníamos de entregarnos a la Patria y luchar por ella hasta la última gota de nuestra sangre si fuera preciso, algunos de los escasos padres y madres que se habían atrevido a entrar comenzaron a llorar desconsoladamente, preguntándose adónde se llevaban a sus hijos.
    
     Para quienes habían mantenido durante su vida militar, como en el caso que nos ocupa, una trayectoria significativa, con mando sobre determinadas unidades de especial significación, tales como el Cuartel de Instrucción de Marinería, la Escuela de Suboficiales o el Buque Escuela Juan Sebastián Elcano, la consecuencia habitual habría sido la obtención de los galones de Contralmirante. Sin embargo, si volvemos la vista un poco atrás quizás nos expliquemos el porqué de la alta decisión ministerial que provocaría la decepción final del distinguido militar.
    
    
     El Cuartel de Marinería poseía un inmenso patio porticado, lugar de instrucción de inscriptos –como allí llamaban a los reclutas- y de otros actos como la jura de la bandera o celebraciones religiosas. Sobre el pavimento de hormigón del mismo no era raro que aparecieran de vez en cuando aquí y allá algunas colillas; lo que solucionó el Comandante nada más tomar posesión de su cargo. Aunque las distintas brigadas**** desfilaban y deambulaban por todo el perímetro, mandó pintar sobre el suelo unas rayas amarillas que lo dividieron en polígonos de similares extensiones, rotulados con los números de cada una de ellas. Si aparecía una sola colilla sobre cualquiera de aquellos recuadros, toda la brigada quedaba automáticamente arrestada. Como era de esperar nunca más volvió a suceder esto: cada uno de los marineros se convirtió en un celoso guardián de su propia parcela.
    
     Ya en la Escuela de Suboficiales, próxima al Cuartel de Instrucción, mandó instalar el Comandante un complicado galimatías de rayas amarillas, letreros y señales por todo el recinto, que le producían a uno un temor irracional sobre la clara posibilidad de infringir la ley en cualquier momento. Durante algunas noches especialmente frías del invierno ordenaba la formación de comandos con uniformes y pinturas de camuflaje, que ‘desembarcaban’ en las heladoras aguas de la piscina; para ‘atacar’ acto seguido las instalaciones del vecino Cuartel de Instrucción, donde hacían prisioneros a los centinelas que pillaban in fraganti. Como era habitual en el Jefe, inmediatamente cursaba un informe del suceso al Ministerio, señalando los pormenores de la operación.
        
     Con antecedentes de tal calibre no se verá extraño lo que ocurrió aquel día cuando el gallardo marino, casi al final de su carrera, salía por la puerta principal de la Comandancia de Marina, custodiada por un aburrido marinerito armado exclusivamente con el machete de reglamento que le colgaba del cinto. El centinela, como era su obligación se cuadró y saludó todo lo marcialmente que pudo. El Comandante ya casi había bajado la escalinata de mármol, cuando se volvió de repente y le preguntó al joven:

-Oiga, marinero, ¿Yo le he saludado a usted?   
    
Como en el romance del Conde Arnaldos, “…respondióle el marinero, bien oiréis lo que dirá:”; y entre sorprendido y azorado dijo:

-No, mi comandante, pero eso no tiene importancia, porque Usía es el Comandante.

-¿Cómo que no?, tronó la voz del marino. -¡Arrésteme usted, muchacho!

El marinero, un poco azorado dudó sobre  si aquello se trataría de una especie de  broma del Comandante, por lo que esbozó una amplia sonrisa que pretendía ser de complicidad; y agachando algo la cabeza mientras balanceaba su cuerpo levemente a uno y otro lado, con cierta condescendencia en la voz dijo:

-Bueeeeeno, pues échese Usía quince diíllas.

Los que cumplió a rajatabla el estricto militar.


*Comandante: denominación genérica del mando en cualquier unidad de Marina, independientemente de su graduación.
**Contralmirante: equivalente a general de brigada.
*** Capitán de navío: equivalente a coronel.
****Brigadas: equivalentes a compañías.

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