Por
Juan Manuel Bendala
El buen gusto y la sensibilidad del joven
realizador de televisión eran palpables en todos los programas que hacía en la
cadena. Especialmente sus documentales lucían como verdaderas joyas visuales en
las que, a poco que se fijara uno, podía apreciarse su maestría como
coordinador de grandes profesionales del guión, de la imagen y del sonido. Contaba
interesantes historias sobre las riquezas naturales de nuestro país, a través
de una cuidada fotografía y una certera documentación, envueltas en preciosas
bandas sonoras, que resaltaban aún más el empaque y la elegancia de tales
realizaciones. Cada vez que aparecía en la pequeña pantalla uno de sus programas,
me sentía orgulloso y satisfecho por el mero hecho de conocer a una persona tan
relevante.
Tuve la fortuna de mantener con el
realizador largas tertulias, en las que la charla solía derivar hacia
curiosidades de un mundo muy ajeno y desconocido para el gran público, y por
tanto para mí. De tantos sucesos como me fue contando, aún recuerdo una
historia que él vivió de primera mano.
Las televisiones son verdaderas
devoradoras de contenidos, siempre a la caza de noticias sorprendentes o del
programa insólito que pueda aumentar su
audiencia. Por eso, el día en que apareció por los estudios aquel extraño
individuo, asegurando que podía respirar bajo el agua sin ningún tipo de
aparato, su afirmación descolocó a toda la dirección de la casa. Del súbito
asombro esperanzado, pasaron enseguida a un escepticismo socarrón que no
concedía crédito al supuesto hombre-pez. Pero el sujeto poseía una capacidad
dialéctica y de convicción tales, que a través de sus conversaciones con los responsables
de producción llegó a convencerles de que no perdían nada con someterle a una
prueba que podría asombrar al mundo y sería una auténtica primicia informativa.
Al hombre se le apreciaba un buen grado de
formación, demostrada en sus acertadas disertaciones sobre las funciones
respiratorias y circulatorias del ser humano. Su aspecto profesoral y serio,
unido a una preparación técnica nada despreciable, fue venciendo poco a poco
las reticencias e incluso la hilaridad que había despertado el primer día. En
las entrevistas previas a la grabación suministraba datos precisos sobre todos
los récords y posibilidades que tenía el ser humano de permanecer bajo el agua
en condiciones de apnea.
Según explicó, desde pequeño le había
fascinado el reto de ampliar aquellas capacidades humanas; y a ello se entregó
en secreto, en la intimidad de su casa. Ni siquiera hizo nunca a su familia
partícipe de dicho entrenamiento. Según decía, había ido aumentando poco a poco
el tiempo que podía permanecer sin respirar bajo el agua, muy poco a poco. Pero
llegó un momento en el que el cronómetro le demostró que ya no podía pasar de
aquel límite. Decepcionado, probó a tragar un poquito de agua, sin llenarse la
boca, y comprobó con asombro que de este modo lograba aumentar el tiempo de
inmersión. Parecía como si parte del oxígeno del agua se desprendiese en algún pliegue
de su cavidad bucal, que actuase así a modo de branquia.
Durante más de veinte años habría
mantenido estas prácticas en secreto, por temor a convertirse en un bicho raro
ante la sociedad y que le hicieran objeto cuando menos de burlas y chanzas;
amén de que jamás quiso darle ninguna clase de disgustos a su familia. Pero
ahora que se había quedado solo en el mundo y atravesaba por algunas
dificultades económicas, se había decidido a mostrar su insólita habilidad.
Dejó bien claro nuestro hombre desde el
principio que la prueba debía hacerse en unas determinadas condiciones de temperatura
y contenido de cloro en el agua. Escogieron por ello la piscina de un gran
hotel, dotada de los más modernos sistemas de aditivación y control. El hombre-pez,
alojado en el mismo hotel por cuenta de la producción del programa, asesoraba a
los equipos técnicos, que iban instalando los sistemas de iluminación y las
cámaras subacuáticas según sus indicaciones. Les ayudaba también en el control
de la turbidez, la temperatura y la acidez del agua.
Después de varias jornadas de
preparativos, por fin pareció que todo estaba a su gusto, aunque nadie le
hubiera visto a él realizar ningún ejercicio de entrenamiento. Llegó el gran
día y la expectación se palpaba en todo el recinto de la lujosa piscina
cubierta. A la hora convenida hizo su entrada triunfal el protagonista del
programa, ataviado con un largo albornoz bajo el que llevaba el bañador. Estuvo
hablando con el realizador, resumiéndole de nuevo lo que iba a hacer: primero efectuaría
una inmersión de un par de minutos, para adaptar su paladar y su sistema
respiratorio a las condiciones ambientales. Después saldría a la superficie y,
tras un breve descanso, se sumergiría de nuevo y permanecería bajo el agua por
espacio de media hora o más, que parecía lo apropiado para la duración del
programa.
Se encendieron los focos,
y al momento el hombre-pez se despojó del albornoz de manera bastante teatral
-todas las cámaras comenzaron a grabar-, bajó pausadamente la escalinata de la
piscina y se mojó profusamente el cuerpo para atemperarlo con el agua. Se sumergió hasta que le llegó el agua a la
altura de la boca, y bebió un poco. Estuvo un rato haciendo gárgaras con el
agua, y se sumergió como había prometido. Salió a la superficie antes de un
minuto; dijo que le iba a costar bastante hacer la prueba, porque se encontraba
algo acatarrado, y porque además el agua tenía más cloro de la cuenta.
No obstante se sumergió de nuevo, aunque
al momento sacó la cabeza del agua medio sofocado, confesando que le era
imposible realizar su demostración en ese momento, debido a las condiciones que
había descrito, y solicitó un par de días de aplazamiento para recuperarse.
El realizador y todo su equipo recogieron
velas, convencidos de que habían sido víctimas del timo más novedoso que
hubieran podido soñar. El caradura había estado viviendo una semana a cuerpo de
rey, de tal modo que hasta se le veía más grueso. Volvieron a sus actividades
normales con la conjura de mantener aquel chasco en el más absoluto silencio,
so pena de convertirse en el hazmerreir de toda la profesión y del mundo
entero.
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