sábado, 8 de diciembre de 2012

Capitulo X - BAJO EL AGUA



Por Juan Manuel Bendala

     El buen gusto y la sensibilidad del joven realizador de televisión eran palpables en todos los programas que hacía en la cadena. Especialmente sus documentales lucían como verdaderas joyas visuales en las que, a poco que se fijara uno, podía apreciarse su maestría como coordinador de grandes profesionales del guión, de la imagen y del sonido. Contaba interesantes historias sobre las riquezas naturales de nuestro país, a través de una cuidada fotografía y una certera documentación, envueltas en preciosas bandas sonoras, que resaltaban aún más el empaque y la elegancia de tales realizaciones. Cada vez que aparecía en la pequeña pantalla uno de sus programas, me sentía orgulloso y satisfecho por el mero hecho de conocer a una persona tan relevante.

    
     Tuve la fortuna de mantener con el realizador largas tertulias, en las que la charla solía derivar hacia curiosidades de un mundo muy ajeno y desconocido para el gran público, y por tanto para mí. De tantos sucesos como me fue contando, aún recuerdo una historia que él vivió de primera mano.
    
     Las televisiones son verdaderas devoradoras de contenidos, siempre a la caza de noticias sorprendentes o del programa insólito que pueda aumentar  su audiencia. Por eso, el día en que apareció por los estudios aquel extraño individuo, asegurando que podía respirar bajo el agua sin ningún tipo de aparato, su afirmación descolocó a toda la dirección de la casa. Del súbito asombro esperanzado, pasaron enseguida a un escepticismo socarrón que no concedía crédito al supuesto hombre-pez. Pero el sujeto poseía una capacidad dialéctica y de convicción tales, que a través de sus conversaciones con los responsables de producción llegó a convencerles de que no perdían nada con someterle a una prueba que podría asombrar al mundo y sería una auténtica primicia informativa.
    
     Al hombre se le apreciaba un buen grado de formación, demostrada en sus acertadas disertaciones sobre las funciones respiratorias y circulatorias del ser humano. Su aspecto profesoral y serio, unido a una preparación técnica nada despreciable, fue venciendo poco a poco las reticencias e incluso la hilaridad que había despertado el primer día. En las entrevistas previas a la grabación suministraba datos precisos sobre todos los récords y posibilidades que tenía el ser humano de permanecer bajo el agua en condiciones de apnea.
    
     Según explicó, desde pequeño le había fascinado el reto de ampliar aquellas capacidades humanas; y a ello se entregó en secreto, en la intimidad de su casa. Ni siquiera hizo nunca a su familia partícipe de dicho entrenamiento. Según decía, había ido aumentando poco a poco el tiempo que podía permanecer sin respirar bajo el agua, muy poco a poco. Pero llegó un momento en el que el cronómetro le demostró que ya no podía pasar de aquel límite. Decepcionado, probó a tragar un poquito de agua, sin llenarse la boca, y comprobó con asombro que de este modo lograba aumentar el tiempo de inmersión. Parecía como si parte del oxígeno del agua se desprendiese en algún pliegue de su cavidad bucal, que actuase así a modo de branquia.
     Durante más de veinte años habría mantenido estas prácticas en secreto, por temor a convertirse en un bicho raro ante la sociedad y que le hicieran objeto cuando menos de burlas y chanzas; amén de que jamás quiso darle ninguna clase de disgustos a su familia. Pero ahora que se había quedado solo en el mundo y atravesaba por algunas dificultades económicas, se había decidido a mostrar su insólita habilidad.
    
     Dejó bien claro nuestro hombre desde el principio que la prueba debía hacerse en unas determinadas condiciones de temperatura y contenido de cloro en el agua. Escogieron por ello la piscina de un gran hotel, dotada de los más modernos sistemas de aditivación y control. El hombre-pez, alojado en el mismo hotel por cuenta de la producción del programa, asesoraba a los equipos técnicos, que iban instalando los sistemas de iluminación y las cámaras subacuáticas según sus indicaciones. Les ayudaba también en el control de la turbidez, la temperatura y la acidez del agua.
    
     Después de varias jornadas de preparativos, por fin pareció que todo estaba a su gusto, aunque nadie le hubiera visto a él realizar ningún ejercicio de entrenamiento. Llegó el gran día y la expectación se palpaba en todo el recinto de la lujosa piscina cubierta. A la hora convenida hizo su entrada triunfal el protagonista del programa, ataviado con un largo albornoz bajo el que llevaba el bañador. Estuvo hablando con el realizador, resumiéndole de nuevo lo que iba a hacer: primero efectuaría una inmersión de un par de minutos, para adaptar su paladar y su sistema respiratorio a las condiciones ambientales. Después saldría a la superficie y, tras un breve descanso, se sumergiría de nuevo y permanecería bajo el agua por espacio de media hora o más, que parecía lo apropiado para la duración del programa.
     
     Se encendieron los focos, y al momento el hombre-pez se despojó del albornoz de manera bastante teatral -todas las cámaras comenzaron a grabar-, bajó pausadamente la escalinata de la piscina y se mojó profusamente el cuerpo para atemperarlo con el agua.  Se sumergió hasta que le llegó el agua a la altura de la boca, y bebió un poco. Estuvo un rato haciendo gárgaras con el agua, y se sumergió como había prometido. Salió a la superficie antes de un minuto; dijo que le iba a costar bastante hacer la prueba, porque se encontraba algo acatarrado, y porque además el agua tenía más cloro de la cuenta.
    
     No obstante se sumergió de nuevo, aunque al momento sacó la cabeza del agua medio sofocado, confesando que le era imposible realizar su demostración en ese momento, debido a las condiciones que había descrito, y solicitó un par de días de aplazamiento para recuperarse.
    
     El realizador y todo su equipo recogieron velas, convencidos de que habían sido víctimas del timo más novedoso que hubieran podido soñar. El caradura había estado viviendo una semana a cuerpo de rey, de tal modo que hasta se le veía más grueso. Volvieron a sus actividades normales con la conjura de mantener aquel chasco en el más absoluto silencio, so pena de convertirse en el hazmerreir de toda la profesión y del mundo entero.
 

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