sábado, 1 de abril de 2017

Capítulo XXVII - SOMOS NOVIOS


SOMOS NOVIOS
 


Por Juan Manuel Bendala

Corría el año 67, estábamos en sexto curso de bachillerato y habíamos ido de excursión a Granada con nuestros compañeros; el año anterior, en quinto, nos habíamos hecho novios –de los de antes- y, como cantaba Armando Manzanero, procurábamos “el momento más oscuro, para darnos el más dulce de los besos”. Allí, en la ciudad del Darro, bien podríamos haber tenido ocasiones para burlar los férreos controles familiares, religiosos y sociales que condicionaban la castidad, a la fuerza, de las parejitas por aquel entonces; sin embargo manteníamos una dura pugna con nuestros deseos, luchando entre lo que queríamos y lo que debíamos hacer.

Así eran aquellos largos y pacatos noviazgos: la zarza ardiente de Moisés habría sido una buena alegoría de unos fuegos que nunca llegaban a consumirse ni a consumarse. Más tarde, con menos lirismo, podrían haberse comparado con los ceniceros de un bingo (por la temperatura).



La verdad es, que semejantes panoramas llegaban a convertirse en verdaderos martirios de tántalo. El amor y los fogosos temperamentos juveniles poco entendían de razones religiosas o sociales. Y sin embargo todos estábamos inmersos en una larga carrera de obstáculos, con un único final aceptado por los convencionalismos del momento. Sin embargo, vistos hoy con las perspectivas del tiempo y de las pasiones atemperadas por la edad, aquellos noviazgos también tenían su aquél; estaban adobados con el sabor de las dulces promesas y los velos intactos de misterios, que prometían revelarse como gozosos en el matrimonio.

A veces, se disfruta más con los preparativos de los viajes, de las fiestas o de los proyectos, que con la propia realidad física de los mismos. Mejor que “De ilusión también se vive”, deberíamos decir que vivimos gracias a las ilusiones. No tenemos más que fijarnos en el vacío y la decepción que nos producen los ilusionistas, cuando desvelan dónde radica el engaño de algunos de sus trucos. Dejaríamos yerma la capacidad de ensoñación de una persona, si desde primera hora le contásemos la realidad de todos los mitos y le facilitásemos el crudo conocimiento de todo cuanto nos rodea.



Los dos sabemos que somos unos privilegiados afortunados, por haber podido mantener la ‘candela’ durante tan largo tiempo, a pesar de los muchos avatares que podrían haber hecho naufragar nuestra vida en común, tal y como les ha ocurrido, por desgracia, a nuestro alrededor a tantas parejas de nuestra época; y no digamos de las más jóvenes, que en un porcentaje elevado se mantienen unidas ‘lo que dura dura’.

Por aquel entonces sufríamos lo nuestro –sobre todo, un servidor-. Pero el fuego contenido en el que se cocieron nuestros sentimientos, podría asemejarse a las hogueras que años después solíamos encender en la chimenea de casa, en las que poníamos gruesos troncos de encina, que se iban quemando poco a poco durante horas, hasta que un golpe del atizador los desgranaba en ascuas incandescentes, que conservaban el ambiente cálido toda la noche. Algo parecido nos debe de ocurrir ahora con el calor remanente de aquel amor adolescente, que para nuestro bien aún amortigua el frío de nuestra vejez.


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